Nota: 7
Corría el año 1951 cuando la RKO estrenaba El enigma... ¡De otro mundo! , cinta de ciencia-ficción de la que se rumoreó que el mismísimo Orson Welles había escrito y/o dirigido parte de la misma, y que enfrentaba a un grupo de científicos contra un extraterrestre en la Antártida. En la década de los cincuenta y con medios más bien escasos, hablar del alien como si de un ser terrorífico se tratara (cuando no era más que un actor alto disfrazado y maquillado) cuesta lo suyo, pero lo cierto es que alguna secuencia consiguió dejar para el recuerdo, suficiente para que en 1982 John Carpenter decidiera desempolvarla con un remake.
La cosa , que esta vez sí, sirvió para sentar cátedra en lo que a cine de terror y ciencia-ficción se refería. Han habido ejemplos más terribles, más viscosos y desagradables, pero si se le preguntara a los espectadores cuál es la película del género más asquerosa que recuerdan, seguramente más de uno respondería que como la cosa grumosa con la cabeza en el extremo de un tentáculo parida por Carpenter, pocas. Y en la misma dirección, con la voluntad de convertirse en el referente chungo de la ciencia-ficción actual, parece haberse movido el remake/precuela que ahora nos trae Matthijs van Heijningen Jr., y que tira de CGI para rediseñar un alienígena francamente repulsivo. Bien por él, que en los tiempos que corren, era de esperar un diseño mucho más inofensivo. Y bien por la película en general, pues esa misma personalidad arriesgada, o más bien rabiosa, se le acaba pegando a todo el conjunto hasta el extremo de poder volver a decir, por fin, que estamos ante un remake que algo tiene que aportar al original.
Vale que esa aportación es muy limitada. En verdad, La cosa 2011 no deja de ser un lavado de cara de La cosa 1982: cuenta prácticamente lo mismo, y homenajea lo justo y cambia otro tanto, pero en esencia nada nuevo hay bajo el sol. Es lo que tienen los remakes, que salvo a alguna honrosa excepción, no se les puede pedir que entreguen perlas precisamente. Ahora bien, los hay que no inventan nada, y los hay que además de eso, tampoco mejoran en nada al original (más bien, al contrario). Y aquí es donde Van Heijningen Jr. marca la diferencia: el lavado de cara que le hace a la de Carpenter no podía ser más acertado, en parte porque la base ya era lo suficientemente sólida de por sí, en parte porque, reconozcámoslo, a la anterior le empezaban a pesar los años. De este modo, a lo que se limita esta cinta es a no pasarse de lista, a seguir el patrón cedido por un maestro en materia (tendrá ñordos como pianos, pero las buenas películas de Carpenter son muy, muy buenas), potenciando aquellos puntos que tanto la tecnología actual como las nuevas fórmulas de narración cinematográfica (o así) permiten.
resultado es una película que más que celuloide, es nervio puro. Entretenimiento total sin escatimar en violencia visual, de factura francamente lograda y un tempo que, con pulso firme, primero crea la atmósfera correcta, y luego evoluciona en constante aumento. Puede que suene a decepción por falta de originalidad, pero en este caso, La cosa parece haber aplicado a rajatabla aquello de "si algo funciona, para qué cambiarlo". Efectivamente, la original funciona a las mil maravillas, tan sólo requería de ciertos apuntalamientos aquí y allá. Curiosamente, justo en sus secuencias finales, cuando la nueva versión hace un ademán por salirse de sus límites, es cuando se asiste a sus peores minutos; a punto está de traicionarse a sí misma.
sí que contrariamente a las primeras impresiones que podrían recabarse, sí, esta nueva cosa tiene algo que aportar en relación a la anterior. Sólo que no es ni un mensaje totalmente nuevo, ni una reformulación de sus bases, ni un intento por dar comienzo a una franquicia radicalmente distinta. Es, tan sólo, un update de aquello que necesitaba ser remaquillado. ¿Carencia de ideas? ¿Ejercicio de honestidad y respeto? No queda del todo claro, pero lo que sí se puede asegurar es que La cosa es entretenimiento pesadillesco total, ejercicio mainstream 100% que aunque nada vaya a albergar en la memoria del espectador a nivel cualitativo, sí le dejará con algunas escenas francamente malrrollantes con las que irse a la cama. Y eso ya vale una buena sesión palomitera.
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